Ecos del silencio
Pocas cosas hay que más impresión causen a una persona que el colosal silencio existente cuando entra en la Catedral del Vaticano o la de Milán. Un silencio respetuoso solo roto por los flashes de los móviles con su característico sonido y alguna que otra risa de algún turista despistado. Hay otros lugares así, como el Stonehenge, la mezquita de Córdoba o la biblioteca de Viena, por decir algún sitio que haya visitado. Aquí el silencio es algo no sólo respetuoso sino necesario para percibir la grandeza del lugar.
Hay, sin embargo, templos que no están hechos para el silencio, estadios de fútbol, pabellones de baloncesto o pistas de tenis. Todos ellos, eventos deportivos, que han perdido mucho con esta maldita pandemia que azota el planeta. Más allá del dinero que se ha perdido, que parece lo único que importa, el deporte de masas ha perdido su identidad característica, aquella que la diferenciaba del resto de la oferta de entretenimiento que nos llega hoy en forma de plataformas. La falta de público, con su griterío, el colorido de las gradas, los cánticos, incluso los improperios al trencilla de turno,se han perdido, quien sabe hasta cuándo, para regalarnos espectáculos descafeinados, con gradas pintadas y altavoces simulando el jolgorio de los espectadores.
El deporte en general está herido desde hace mucho tiempo. Las nuevas generaciones despegadas completamente de cualquier situación, entidad o persona que requiera atención, rutina o fidelidad, están más cerca que nunca de dar la espalda a algo que desde hace más de un siglo enseña valores tan sanos como el compañerismo, el afán de superación, la integración, la tolerancia y la humildad. La transformación del deporte en negocio ya fue un síntoma que, sin embargo, se justificó con la necesidad de la evolución y el cambio de los tiempos.
El deporte siempre ha sido algo familiar, un rito sagrado de fin de semana, cuando familias enteras se dirigen al estadio a disfrutar/sufrir (aquí que cada uno sienta el deporte como quiera) con su equipo de toda la vida. La pandemia ha acabado con este rito, al menos momentáneamente. No obstante será la capacidad de adaptación a la transformación digital lo que marcará el devenir del mismo. Si los clubes y sus dirigentes creen que el futuro se basa en la implementación de los partidos en plataformas convirtiendo al fiel socio/aficionado en consumidor, se equivocarán de cabo a rabo. Es en la esencia donde deben buscar para relanzarse una vez termine la situación dramática que nos ha tocado vivir.
Un saludo
Absolutamente brutal. Has dado con el dedo en las llagas de todos los problemas existentes hoy en día para q, principalmente el deporte rey, el futbol, pase al olvido. A un deporte q seguirán ciertas personas o masas sociales. El vender los partidos y tener q pagar por ellos ha exo que muchísimas personas dejen de seguir asiduamente a tal o cual equipo. Y eso afecta a los niños, que ya no están para ver partidos de los q ponen gratis, con perdón hacia esos equipos que dan en abierto. Los seguidores e hijos de los grandes clubes solo tienen la alternativa a pagar si quieren ver a su equipo. O ir a un bar, cosa q a día de hoy es imposible, y menos aún con niños.
ResponderEliminarSensacional columna y como sale en el título, me he quedado en silencio tras leerlo, por el asombro y lo q te hace pensar lo q expones.
Te agradezco el comentario. Por desgracia el futuro que nos espera es ese, el fútbol como producto, como otra oferta de entretenimiento para la sociedad del siglo XXI. LLegará el momento en que los grandes equipos no se diferenciarán de una producción de Disney, Amazon o Netflix. Estarán en el candelero (moda) hasta que otro equipo tome el testigo, así en un interminable bucle. La llegada de jeques, magnates u oligarcas podridos de dinero solo hace acrecentar esta sensación, la del total desapego de las nuevas generaciones y el desamparo del aficionado tradicional, aunque eso da para otra entrada en el blog
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